jueves, 23 de febrero de 2012

Katmandú

Cada vez que voy al cine a ver una película y después leo la crítica de Carlos Boyero, me entran ganas de echarme a llorar. Le tengo envidia, creo. Porque me transmite que es muy complicado hacer una película de calidad hoy. Él ha visto tantas ya que, a estas alturas de su madurez crítica, nada debe sorprenderle, supongo. Por eso me gusta dejar su opinión para el final. Para no sentirme contaminada. Es lo que me ha pasado con la última película Katmandú de Icíar Bollain, que relata la vida de una cooperante que se empeña en transformar, por amor a la vida, se entiende, la pobreza de Nepal, contra todo tipo de adversidades. Una labor tan complicada y tan llena de sinsabores como pretender bajarse la luna para contemplarla de cerca. Entiendo a Boyero en su crítica, en las buenas intenciones, pero más allá de la ficha técnica y de rigurosidades, a mí me gustó. Me gustó su trasfondo: Porque pienso que es de esas películas que te abren el corazón. Me gustó la sensibilidad de su directora. Que la historia tenga una conexión con la realidad. Que ciertamente una chica de Barcelona tratara de cambiar las cosas en esa parte del mundo. Y me gustó porque me recuerda que hay muchos cooperantes que dan, allí donde quiera que estén, lo que muchos no somos capaces de hacer cuando lo tenemos todo.



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