miércoles, 23 de octubre de 2013

Memoria histórica

Cuando te asomas a episodios lamentables de la historia de tu país, como la represión franquista, se te encoge el gesto. Se explica porque cada uno de nosotros formamos parte de ese relato, aunque quisiéramos salirnos de él de forma despavorida, como en un cuento de terror. No podemos. Si esa historia, para más inri, se resume en la historia de tu ciudad o de tu pueblo, entonces la mueca de dolor y de tristeza se agranda. Se dilata.
La Guerra Civil y la dictadura posterior nunca se enseñaron bien en las escuelas. A decir verdad y haciendo memoria no recuerdo si realmente llegamos alguna vez a alcanzar la posguerra en el temario o quizás nos sorprendió el verano y entonces ya era demasiado tarde. Con el tiempo y la madurez, uno descubre que la calle de tu pueblo por la que cruzabas casi a diario tenía el nombre de un hombre terrible: El del general franquista Queipo de Llano, un hombre que está enterrado con honores en la basílica de la Macarena en Sevilla a pesar de ser el responsable de acabar con la vida de mujeres y hombres afines a la República.
Me acordaba de todo esto leyendo este pasado fin de semana el artículo de Manuel Vicent titulado ‘Mártires’ en el que retrata esa contradicción ¿insuperable? que aún hoy caracteriza a este país cuando desempolvamos temas vidriosos como éste: La Iglesia ha beatificado a 522 religiosos de la Guerra Civil mientras otras víctimas de la misma guerra yacen olvidadas en  cunetas. En los procedimientos judiciales militares abiertos a onubenses durante el franquismo, que ahora la Diputación está digitalizando, hay historias estremecedoras: Como la de un marinero que fue denunciado por una ventera por dibujar con su dedo sobre el mostrador del bar la hoz y el martillo, o los portugueses que fueron fusilados en La Puebla de Guzmán (de nuevo la mueca de tristeza, porque es mi pueblo) cuando eran simplemente ciudadanos extranjeros y a lo sumo debían ser puestos en la frontera de vuelta a su país. El historiador José María García Márquez, que dirige el proceso de catalogación de todos esos procedimientos judiciales, ha afirmado que se aprenden muchas cosas asomándose a estos expedientes. Entre otras cosas la dinámica fría, calculadora y represiva de la dictadura que funcionaba como una máquina desprovista de valores. Pero estas cosas no nos las enseñaron. No empezamos ni por nuestros pueblos. No conocemos nuestra historia más cercana. Lo más triste es que seguimos igual.