jueves, 18 de julio de 2013

Punta del Moral

El viejo barrio marinero de Punta del Moral en Ayamonte evoca una de esas ciudades de ‘La Ciudad Invisible’ de Italo Calvino. Posee el aire de las ciudades italianas que visité cuando era estudiante. Si no miras al frente, donde se levantan tristemente los grandes edificios del desarrollo turístico y concentras tu mirada en la ría, donde reposan aletargados los barcos pesqueros, la visión es absolutamente embriagadora. En ese lugar, los pescadores se afanan en sus labores. Es como si siempre hubieran estado ahí. De forma perenne. Exactamente en ese marco de la ría, trajinando con las redes para darle autenticidad al paisaje. Algunas mujeres los contemplan desde la orilla. Los niños brincan por las rocas como saltamontes hechos al lugar. Es fantástico que esa estampa, serena, impregnada de paz, perdure y se contraponga al mismo tiempo con la agitación de los turistas que colonizan como bandadas humanas la nueva barriada, símbolo del desarrollo económico.
Punta del Moral entraría, volviendo a Calvino, en la categoría de esas ciudades confusas en su extensión. Lo que llama tremendamente la atención es el espacio. Uno va conduciendo con el temor de que en cualquier momento va a desaparecer: O la carretera, llegado a un punto. O uno mismo, disuelto en el paisaje. Por eso, cuando se llega finalmente al destino hay una sensación de alivio que te sosiega el alma. Es un barrio precioso. Y no únicamente porque la luz la baña plenamente sino también porque es un rincón de la provincia de Huelva donde lo perdurable cobra presencia.