viernes, 12 de diciembre de 2014

Muchas primaveras

Me gusta escuchar especialmente a una amiga mía porque a sus 82 años su sabiduría, curtida a base de experiencia, es la mejor lección de vida que una persona pueda recibir. A veces cuando tomo café con ella me digo: “la próxima vez me traigo una libreta para apuntar”, como si la vida fuera un ejercicio de periodismo permanente. Obviamente la vida no se parece a una crónica periodística. De lo contrario, habríamos muerto de amor o de pena. Pero sí pienso que cuando la vida se te mete dentro, cuando los años pesan en las entrañas de haberlos gastado, usado y sentido, cuando el tiempo es una locomotora que te va dejando verdades como puños en cada estación, entonces la existencia se llena de titulares grandiosos. “La vida hay que abrazarla como venga”, me dijo un día. Cuando alguien, en la cúspide del vivir, te dice una frase así, uno no la cree del todo porque cuando se es joven los sueños están preñados de esperanza. Nos pasamos media vida aprendiendo a estar aquí, a saber elegir y justo cuando uno acuña toda la experiencia del mundo como una bolsa de viaje bien organizada, descubrimos que estamos justo al final del camino. Lo que me gusta de ella es que las pequeñas cosas son las que hacen chisporrotear sus ojos cuando habla de los
recuerdos. Basar la felicidad en las pequeñas cosas es una tarea monumental que no todo el mundo logra. Uno tiende a pensar que debe hacer algo grandioso para realizarse. Mucho peor, muchas personas nos pasamos media vida esperando que eso grandioso nos deslumbre. De su infancia hay una frase fantástica que ella repite: “Éramos tan felices. Teníamos de todo. No nos faltaba de nada. Éramos pobres, pero muy afortunados”. A esto me refiero cuando digo que si la vida fuera un artículo de periódico, yo le pondría hoy este titular.