miércoles, 8 de mayo de 2013

Cine Fantasio

Me gustaría viajar en una máquina del tiempo. No para enmendar el pasado. Los errores, errores son al fin y al cabo. De alguna manera, sin ellos, sin los errores, no seríamos quienes somos hoy. Digamos que no seríamos nada. Lo decía porque, a veces, tengo la sensación de que me hubiese gustado estar, haber vivido ciertos momentos que considero maravillosos.  
Un amigo me contó que, de niño, iba mucho al cine Fantasio. Gran parte de su amor por el cine hoy tiene su origen en los ojos de ese niño. Su padre fue quien lo llevó por primera vez. Su padre era, igualmente, un hombre fascinado por el cine. La misma fascinación que le contagió a él siendo un crío. El cine Fantasio ya no existe. Hoy, en su lugar, hay un restaurante italiano. Pero esas salas tenían un sabor. Poseían un valor. El cine simbolizaba un barrio. El arte llevado a la gente corriente. Representaba una época en la que los domingos se iba al cine de tu zona. Hoy los cines son otra cosa. Se han desplazado a los centros comerciales. Son lugares de ocio como lo pueden ser los parques temáticos y hasta los museos. Son espacios para el consumo. Concebidos para ello. Pero han perdido el sabor auténtico. Ya no hay, en definitiva, cines como los de antes.
Allí, en el cine Fantasio, este niño al que el flequillo casi tapaba los ojos, vio por primera vez la película de King Kong, toda una revolución para la época. Fue tal su impacto en la gran pantalla que su padre tuvo que sacarlo inmediatamente de la sala. Estaba aterrorizado. Y hoy recuerda aquello con dulce nostalgia. En esa misma sala descubrió que su héroe era Indiana Jones. Que él quería ser ese hombre de mayor: Tener su misma fortaleza y su misma valentía. Ser un hombre de aventuras. Los ojos de ese niño se impregnaron entonces de esa magia. Y aún hoy esa magia persiste. Igual que entonces. Hay sensaciones maravillosas que captamos en nuestra infancia y que ya jamás nos abandonarán. Son para siempre.
Después la vida puso a mi amigo contra las cuerdas. Y sí, tuvo la oportunidad de demostrar el héroe que asimiló en la oscuridad de aquella sala de cine de barrio. Y venció su enfermedad con furia, como Indiana Jones lo hiciera en sus películas. O mejor que el personaje de ficción, porque él lo hizo en la vida real, que es donde uno debe demostrar que es un héroe de verdad.  
Decía que me gustaría viajar en el tiempo para estar allí. Para acompañar a mi amigo a esa sala de cine. Para compartir ese momento de luz en el que uno atrapa esos pequeños destellos que nos marcarán de por vida. Le hubiese apretado con fuerza la mano para que ya jamás tuviera que marcharse por tener miedo de King Kong. Para transmitirle paz. Porque de alguna manera, escuchándolo hablar, rememorando su pasado, sentía que estaba como enamorada de aquel crio al que nunca conocí.