sábado, 29 de diciembre de 2012

Sueños



Llevo días pensando que la vida es como una bestia salvaje a la que uno quiere dominar con la fuerza de un vaquero. Pero su furia indómita escapa a cualquier estrategia para amansar fieras. Esa sensación de impotencia ante nuestros anhelos nos genera frustración. Es como si fuéramos actores con los papeles trastocados en la representación de un acto: “Oiga, que yo debería tener el papel de…y, en cambio,...estoy representando este otro en el que no me hallo”. Creo que, con los años, se va descubriendo, no sin cierto asombro todavía, que los papeles, de hecho, están invertidos: La vida posee la fuerza del vaquero y uno se descubre siendo esa fiera salvaje finalmente domesticada. Y se aprende a no rugir ante las mordidas que asesta el destino, si es que existe un destino que dirige nuestras vidas. Y se aprende a no esperar nada. A digerir los golpes. Bueno, a no soñar es imposible, porque sería como segarle a uno la existencia, pero sí a soñar realidades. Uno comienza la vida soñando infinitos y acaba soñando verdades como puños a golpe de tropiezos. O incluso a no permitirse soñar demasiado. Soñar puede dejarte mutilado. A todos nos ha pasado alguna vez: Que nos han partido en dos algún miembro de nuestra esencia. Y desde entonces caminamos, vamos hacia delante, pero ya no es lo mismo. Se nos nota la cojera. Todo el mundo cojea de algo. Resulta sorprendente. Con el paso de los años, oí decir a un director de cine, uno descubre que los sueños que te contaron no van a cumplirse. Es frío aceptar esto. Es como si el mundo fuera conformándose a base de estalactitas de hielo en el interior de una gruta en la que uno quisiera tener bolas de fuego para poner a hervir su propia sangre. Escucho a mí alrededor a fieras dóciles y amansadas. Yo misma, una más entre ellas, me he visto desprendiéndome de algunos sueños en los que creía con todas mis fuerzas. Ayer mismo, sin ir más lejos, dejé escapar uno sin remedio.Con toda mi tristeza, cierto. Pero sin deseos ya de echarme a correr para cambiarlo.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Postal Navidad

Hace unos días se le resbalaron dos lagrimones a una amiga. “Yo no lloro”, me dijo, como si las lágrimas caídas de sus ojos la estuvieran delatando, a traición. Realmente, es una mujer fuerte, pese a sus lágrimas. Su marido está enfermo. Y la imagino apoyándolo, dándole cariño, manteniendo el tipo, sujetándose con hilos de acero el ánimo para no desplomarse ella misma. No se me ocurrió otra cosa que darle un abrazo. Apretarla contra mí. Porque, qué palabras pueden consolar a alguien que está sobrellevando el sufrimiento de quien ama. De su compañero de vida. La persona que le ha dado sus hijos. Con la que los ha criado. Y con la que ha madurado. Con la miel y la hiel que una vida te aporta. Una vida en común. Unos recuerdos que, supongo, desfilan delante de su memoria como los fotogramas de una película en blanco y negro. Y ahora, la enfermedad, como despedida. Es cruel. Es cierto, deberíamos empezar a vivir al revés: Siendo viejos y enfermos, primero, y abrazando la vida con toda la juventud y la lozanía que te brinda la existencia, al final.
Hace unos días también, otra amiga, que perdió a su pareja de forma inesperada este pasado verano, me invitó a tomar café a su casa. Tiene un piso hermoso, coqueto, cálido. Lleno de recuerdos. De él y de ella. De los lugares que han compartido. Yo me pregunto: ¿Qué se hace con los recuerdos cuando las personas que más queremos nos dejan? Ella es valiente. No los ha borrado. Muchas veces nos empecinamos en eliminar torpemente el rastro de las cosas que nos siguen importando. Ella no. Su casa mantiene el espíritu de él en sus recuerdos intacto: En cuadros que cuelgan de la pared, en las sonrisas compartidas, en objetos que forman parte del puzzle de su historia. Para el café trajo unas tazas, unos platos y hasta el azucarero que parecían sacados de una postal de otro tiempo. Ella me recuerda a una pintura victoriana. Tiene esa languidez en su expresión de las mujeres que se dejaban reclinar en el sofá o sobre un lago con la mirada viajera. Mi amiga es justo eso, una mujer con una mirada viajera. Y ahora que está cimentando su mundo, desafiando a la nostalgia y a la pérdida con la entereza de las mujeres valientes, se ve a sí misma viviendo fuera, en otro lugar. O en el lugar en el que ella se sintió feliz alguna vez. EL recuerdo la acompaña y la fortalece. Toda una lección de arrojo.
La Navidad es una época de contrastes. Porque junto a esa descarga eléctrica de felicidad obligada que sienten muchas personas, está esta otra sensación de melancolía sobrevenida, que tienen otras. Las palabras se quedan huecas cuando una se topa con experiencias así. La vida nos coloca en situaciones ante las que solo quisiéramos gritar. Los seres humanos estamos hechos de una materia que no soporta el sufrimiento. Sin embargo, sufrimos porque somos sensibles. Porque estamos hechos de sentimientos. A mis amigas solo les digo que somos como los girasoles, que necesitamos del sol para vivir. Aunque exista el dolor, miramos hacia el sol, que en nuestro caso es la Felicidad. Esa es nuestra grandeza.