sábado, 28 de abril de 2012

Aura

Si tuviéramos un sentido especial y primitivo, como poseen los animales que presienten cuando el tiempo está revuelto, sentiríamos, sin temor a equivocarnos, que nos envuelve una atmósfera especial, o no, o todo lo contrario, que nos invade un vacío lamentable, cuando estamos con alguien. Quise decirle a mi amigo el otro día que me sentí especial en el café. Que una se siente especial porque el tiempo, no el biológico, el otro, el rítmico, el que corre o se ralentiza con la pulsión del espíritu, se había pulverizado. También quise decirle que me gusta escucharlo y observarlo mientras habla, porque sus pequeños ojos inquietos son como las novelas de misterio, que nunca se sabe si el final es el que se intuye. Que me siento a salvo de la incertidumbre de la cosas. Que me protege sin darme un abrazo. Que sus distancias son mis metas. Su amistad un milagro de la vida. Que estar a su lado, es, en definitiva, un regalo, que llega en pocas ocasiones, como en ésta. Que no se lo dije por el temor a que esa atmósfera, ese aura, no exista y sea únicamente una invención mía, porque, a diferencia de los animales, carecemos de ese otro sentido. Por eso los animales no necesitan de la fantasía para existir y nosotros nos aferramos a ella para sentir que no morimos. 

viernes, 6 de abril de 2012

Viajar



Tengo un amigo que regresó hace unos meses de Filipinas, donde ha tenido una experiencia fabulosa. Digo fabulosa, con todo, pese a que no ha sido un viaje turístico, de ocio y de placer, sino de esos que te permiten estar y conocer el lugar, su cultura y a su gente. Y pese a que esa forma de viajar, precisamente, es la que abre una ventana a los sinsabores y a las luces y a las sombras del sitio visitado.
     En su carta me dice cosas tan fantásticas, que alimentan mi gusanillo, siempre en constante anhelo, cuando alguien me cuenta una experiencia así. Un año “difícilmente se puede resumir en una sola frase”, me cuenta. Es complicado. Las palabras son capaces de hacernos llegar muchos sentimientos y de aproximarnos con energía a las sensaciones propias y a las de los otros. Pero es tanto lo que uno puede llegar a vivir, que ciertamente, resulta casi imposible contenerlo, con toda su plenitud de matices, en una frase. Sin embargo, cuando las cosas se viven con intensidad y con la sangre del corazón bombeándote con fuerza, hay afirmaciones, que sin uno quererlo, ni pretenderlo, dicen muchísimo. Y mi amigo, con sus breves palabras, me ha transmitido mensajes sinceros y profundos, con la autenticidad de cuando se viven las cosas desde el interior. Afirma que el viaje le ha cambiado. “Cada viaje lo hace”, añade. Porque cuando uno cruza sus propias fronteras, el universo se expande y las dimensiones saltan por los aires: Lo que uno cree importante, se difumina, como por arte de magia, y aquello en lo que uno no repara empieza a brotar cristalino como el agua de una fuente. Así es viajar. Te transforma el espíritu como si uno, de repente, entrara en una cavidad mágica, en el que el tiempo y el espacio no son ya de la forma en la que los concebíamos. Es tan importante viajar para entender la vida y para aprender a valorar las cosas, que casi tendría que ser una asignatura obligada que cada cual aplicara a su propia existencia. Y continúa mi amigo dándome detalles de su experiencia y precisa que su corazón se ha abierto tanto para lo bueno como para lo malo. Me añade una frase directa, de esas que dan en la diana: “Hay que estar ciego como para no ver las injusticias y el corazón la sufre”. Creo que he leído una infinidad de veces esta afirmación porque me parece tremendamente poderosa y verdadera. Como he leído hasta quedar agotada esta otra: “Pero también sientes como el corazón se te hincha en el pecho cuando ves la sonrisa de un niño, todo churretes, pobre sí, pero sólo de dinero”. Me ha resultado tan conmovedora, tan absolutamente maravillosa, como enternecedor su mensaje. Es verdad, afortunadamente la felicidad no entiende de pobreza ni de riqueza. Se puede ser pobre y tener una sonrisa abierta, espontánea, inocente, y se puede ser rico y carecer de ella o ser incapaz de sonreir.
     Me he acordado de un artículo que leí recientemente de Rosa Montero titulado ‘Gracias Karmele’. En él relataba la historia de una chica, estudiante de veterinaria, de Bilbao, que tuvo la idea de pasar unos meses en Indonesia, como voluntaria en centros de rescate de animales salvajes. Pero ese viaje cambió su forma de entender el mundo y enfatizó su pasión por los animales. Las vivencias dolorosas que experimentó allí, como el sufrimiento de los animales o la degradación ambiental, no la hicieron abandonar ni retroceder. Todo lo contrario, decidió quedarse para tratar de aportar su granito de arena en lo que ella considera que puede ser un mundo mejor. Y estas cosas, estas historias, son las que me conmueven, las que me remueven por dentro y las que me impulsan a pensar que hay gente especial, como mi amigo o como Karmele, capaz de dejarse cautivar por experiencias increíbles y ubicar en su corazón esa panorámica sorprendente.