sábado, 17 de marzo de 2012

Puro Cela

La España de la posguerra, en la que vivieron mis abuelos, se me antojó ayer como una España extraña. Esa sensación de cuando una cosa te es familiar pero distante al mismo tiempo me vino a la cabeza viendo la obra 'La familia de Pascual Duarte' en una fiel versión, muy pegada al texto de Camilo José Cela, de Tomás Gayo representada en el Gran Teatro de Huelva. La obra es dura. Porque la España que refleja el montaje, de la que yo he oído hablar a mis abuelos y, después, a mis padres, era punzante. Profunda. Oscura. Hiriente. Sin embargo, pareciera que sobre el escenario me hablaran de un España lejana, ajena e incluso en la frontera de lo extravagante. Tomás Gayo dice que con esta obra siente que por fín le llega el reconocimiento. Es valiente, desde luego, porque presenta una obra en un momento en el que el país está sumido en una crisis económica y en la que ir a presenciar sobre el escenario las tremendas pulsiones de una época pasada que se cree superada, viene a sumarse al dolor de la propia realidad. Mejor sería ver una comedía para evadirse. El propio día a día ya resulta demasiado humillante. Y eso sentí ayer, que la obra pesaba demasiado en la conciencia. Mi amiga Sandra me dijo a la salida de la función: "Esto es puro teatro". Es verdad, es palabra y actor. Incluso palabra, actor y silencio. Porque hay silencios sobrecogedores que podían cogerse con las manos. Tocarse. El montaje posee una interpretación colosal de sus actores. Genial el papel de Miguel Hermoso que encarna a Pascual y al que yo considero víctima de la época en la que vivió. A Pascual Duarte lo trituró su propia época. Una época de pasiones en la superficie. De visceralidad. De instintos candentes. Ciertamente, como decía Ana Otero, en el papel de Lola, el amor de la vida de Pascual, es "puro Cela, es la palabra desnuda, sin aditivos". Vivimos en un mundo en el que hemos esterilizado las pasiones, los sentimientos. Por eso, uno mira hacia abajo en algunas escenas. Escenas fuertes. Dolorosas. Para no ver. Por miedo a que sea demasiado auténtico.

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