martes, 19 de noviembre de 2013

El Sentido de la vida

Uno no va por ahí con el sentido de la vida colgando del cuello, como si fuera una cadena de plata. En la mayoría de los casos, realmente el sentido de la vida es algo que se siente, que viaja con nosotros en nuestro interior: Desayuna, se ducha con nosotros, lee el periódico, entra y sale, va y viene, está en lo que hacemos, pero sin salirse de su espacio, sin dar ruido y sin dejarse ver. Sabemos que está ahí, aunque tenga el sueño profundo y sereno de un niño. A veces, las cosas que nos ocurren, los acontecimientos del devenir cotidiano nos hacen reflexionar sobre nuestro sentido de la vida. La pregunta es inquietante. A poco que uno quiera abordar la cuestión sin mucha hondonada, se sumerge de lleno en un terreno desconcertante e ingrávido. Cuando nos sentimos frágiles, abandonados, perdidos. Cuando sentimos que la gente que queremos se siente frágil, abandonada o perdida, queremos conocer qué sentido tiene la vida. Nuestras debilidades nos impulsan a pensar qué sentido tiene todo esto. La fugacidad de la existencia, también. Vivimos a un ritmo vertiginoso, Ansiamos la felicidad pero, al mismo tiempo, sentimos que estamos en una espiral sin sentido. Por eso, me gusta tanto el libro ‘El hombre que plantaba árboles’ porque su autor, el francés,  Jean Giono, nos enseña a través de su personaje, que el sentido de la vida puede ser algo tan sencillo como no pretender nada. No crearse expectativas no significa que uno tenga que echar por la borda sus sueños. Significa escuchar el sentido de la vida. Prestar atención a la respiración acompasada del niño que dormita. Hallar el aliciente que nos impulsa a hacer lo que deseamos. Porque eso es vivir y no sobrevivir arrinconando y ahogando lo que nos importa. Muchas veces nos empeñamos de forma testaruda, como en una rabieta infantil, en que cobren peso nimiedades y menudencias. No nos paramos a calibrar. Pero, cuidado, porque algo tan aparentemente sencillo es quizás la tarea más complicada de nuestra agenda diaria. Porque todos sabemos, a poco que nos sentemos a madurar un segundo sobre ello, qué nos reporta paz, qué nos da tranquilidad y cuáles son nuestros valores. El hombre que plantaba árboles, para asombro de todos, encontró el aliciente de su existencia en esa acción que da título al libro. Una canción que se ha convertido en un canto a la naturaleza.  A veces aprender a valorar lo que realmente merece la pena nos lleva toda una vida. Por eso, cualquier día, como hoy, sería perfecto para empezar.

3 comentarios:

  1. A ratos pienso que precisamente esa búsqueda de un sentido es lo que hace, precisamente, perder el sentido.

    Yo soy de no buscar ni plantear, me gusta caminar y tropezar, levantarme y continuar. Son esos tropiezos los que dan sentido a mi vida.

    ¡ains! que no me sé explicar... si se me ocurre cómo, luego te lo cuento.

    ¡Salud!

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    1. jeje...te explicas muy bien. Además, me parece estupendo. La vida enseña ya por si misma. Pero creo que no está mal pensar un poquito, amiga. De corazón :)

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  2. genial Lucía! estoy contigo. Tu compi y amiga!
    el sentido de la vida puede ser algo tan sencillo como no pretender nada

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