miércoles, 5 de junio de 2013

Antonio Muñoz Molina



Me alegro tanto de que Antonio Muñoz Molina haya ganado el Premio Príncipe de Asturias de las Letras que, de alguna manera, como lectora, me siento gratamente compensada por haberme fijado en un escritor como él. Yo lo descubrí, supongo que como muchos, por sus artículos en Babelia cultural de los sábados en el País. Maravillosas reflexiones sobre el arte, la literatura, los viajes y la vida. Creo que no se puede pedir más al comienzo de un día. De hecho, durante muchos sábados convertí la lectura de su artículo en un ritual: El café calentito en las manos y el artículo de Muñoz Molina invitándome a soñar recién despierta.
Lo que me gusta de Antonio Muñoz Molina es su capacidad de ponerte lo excelso y lo sublime al alcance de la mano. Es una delicia caminar de su mano por los museos de Nueva York y del mundo y descubrir las vidas de autores gracias a su mirada. Su forma de concebir la cultura, sus gustos, sus inquietudes. Su manera de explicar las cosas es fascinante. A veces es una mirada proyectada desde cualquier plaza del mundo. A veces es su propia experiencia, como relataba este sábado, a propósito de Caravaggio, visitando pinturas de autores importantes para él, la que se te contagia como un privilegio.
Pero lo que más me gusta de Antonio Muñoz Molina es la presencia irrenunciable de sus raíces. Un hombre de un pueblo andaluz que un día fue a estudiar a Madrid. Cuando relata sus comienzos; cuando habla de su Jaén natal (nació en Ubeda) me siento plenamente identificada, pese al salto generacional que nos separa. Es porque la gente que hemos vivido en pueblos compartimos vivencias, estoy segura. Diría más: Compartimos sensaciones. Una evolución para adaptarnos a la ciudad. Una percepción de las cosas que permanece pese al paso del tiempo. Una esencia insustituible. La imagen de Jaén que Muñoz Molina desgrana en sus artículos evoca en mi recuerdos de mi infancia en la aldea de mi pueblo.
Quizás no sea el más representativo de sus libros pero le tengo un cariño especial porque lo leí un verano por casualidad: ‘En Ausencia de Blanca’ es la historia de un funcionario corriente que se enamora de una mujer apasionada por la cultura y el arte. Hay un choque de mundos. Un cruce de universos que nada tienen que ver, antagónicos. El orden de él y la locura de ella, que, sin embargo, convergen y se complementan. Me gustó porque retrata muy bien el corazón contradictorio del ser humano. El hombre está lleno de pasiones complejas. El miedo del protagonista a que Blanca desapareciera de su vida, que él consideraba anodina y aburrida no es más que la metáfora del miedo que todos experimentamos cuando la pulsión por algo nos sobrepasa, cuando nos sentimos sabedores de rozar los sueños.

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