domingo, 2 de septiembre de 2012

Azucarillos

Este agosto pasado en Nerja, cuando ya emprendíamos el camino de regreso, antes de dejar a mi prima Pepa en el autobús (el resto nos veníamos en coche hasta Huelva) tomamos café en un bar próximo a la estación (por decir algo, la estación brillaba por su ausencia) Los azucarillos tenían, todos, en el reverso, la cita de un autor célebre: Oscar Wilde, Shakespeare y hasta fisólofos como Nietzsche. Es curioso. Para alguien que creyera fuertemente en el destino y cayera en ese café, pongamos por ejemplo, por puro azar y seleccionase el azucarillo de Edgar Alan Poe en el que decía "Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche", se sentiría empujado por su propio destino a ser más libre, más rítmico, menos calculador, menos materialista. ¿Será esto una llamada a mí inconsciente?, se preguntaría, digo yo. Y para el que no sucumbiera ante lo que está escrito de antemano, quizás le hubiese servido de invitación para comprarse en la primera librería un ejemplar de Poe que hacía años que no releía. Un azucarillo a modo de recordatorio. De hecho, a mí personalmente me encanta que los libros se me revelen así. Que sin saber cómo ni por qué, me asalten enormes deseos de leer tal o cual historia. Quizás porque en un libro se mencionó tal autor o porque un amigo en una conversación sugiriera tal lectura. Me ha pasado ahora leyendo 'Tiempo entre costuras'. La protagonista ha citado 'La Montaña Mágica' de Thomas Mann. Y no es la primera vez que me topo con este clásico. Ahora lo siento como una invitación a su lectura. Me recuerda, además, a un antiguo compañero de la facultad al que le fascinaba 'La Montaña Mágica' y yo siempre le decía: ¿Ese tostón?
El caso es que mi primo Aurelio me puso en las manos el azucarillo en el que Pablo Neruda dice: "Cuando crezcas, descubrirás que ya defendiste mentiras, te engañaste a tí mismo o sufriste por tonterías. Si eres un buen guerrero, no te culparás por ello, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan" ¿Esto es para que me lo aplique yo? Le dije. "A ver si aprendes", replicó. Pero yo no creo en el destino. Tampoco creo en ninguna divinidad que haya tenido la fuerza estratosférica para ponerme el azucarillo en las manos con el mensaje cifrado de: "Ahora que eres mayor, ya sabes la lección". De hecho, alguna vez en la que he recaído, como cualquier ser humano, por amor o por cualquier motivo, mi madre, que sí cree firmemente en dios y en su fe católica, me ha dicho muy sinceramente que si yo no creo en dios, cuando me levanto, cómo hago para tener fuerzas. Es tremenda la pregunta. Inquietante cuanto menos. "No lo sé", recuerdo que le dije, "sólo pienso que tengo cosas que hacer", por ejemplo, y me levanto. Pero, bendito azucarillo, el simple hecho de no haberme deshecho de él y de haberlo dejado en la estantería con mis libros ha provocado que lo haya releído más de una vez sin querer queriendo, sin buscar buscándolo. Y, no miento, esa frase concluyente de "si eres un buen guerrero...tampoco dejarás que tus errores se repitan" me retumbaba en la cabeza, cuando esta misma tarde noche, de regreso de una maravillosa tarde de playa, daba vueltas a lo que no debía. Más que el destino, es la magia del azucarillo, diría yo.
 

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