sábado, 28 de abril de 2012

Aura

Si tuviéramos un sentido especial y primitivo, como poseen los animales que presienten cuando el tiempo está revuelto, sentiríamos, sin temor a equivocarnos, que nos envuelve una atmósfera especial, o no, o todo lo contrario, que nos invade un vacío lamentable, cuando estamos con alguien. Quise decirle a mi amigo el otro día que me sentí especial en el café. Que una se siente especial porque el tiempo, no el biológico, el otro, el rítmico, el que corre o se ralentiza con la pulsión del espíritu, se había pulverizado. También quise decirle que me gusta escucharlo y observarlo mientras habla, porque sus pequeños ojos inquietos son como las novelas de misterio, que nunca se sabe si el final es el que se intuye. Que me siento a salvo de la incertidumbre de la cosas. Que me protege sin darme un abrazo. Que sus distancias son mis metas. Su amistad un milagro de la vida. Que estar a su lado, es, en definitiva, un regalo, que llega en pocas ocasiones, como en ésta. Que no se lo dije por el temor a que esa atmósfera, ese aura, no exista y sea únicamente una invención mía, porque, a diferencia de los animales, carecemos de ese otro sentido. Por eso los animales no necesitan de la fantasía para existir y nosotros nos aferramos a ella para sentir que no morimos. 

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