Llevo varios días tratando de
transmitir a varios amigos que en los últimos días me han expresado su dolor
tras una ruptura sentimental, de estas de verdad, de las que te dejan fuera de
órbita por un tiempo indefinido, que sé lo que están pasando. No solo eso. Que
sé realmente cuál es el sabor cetrino que deja el desamor. El abatimiento que
se apodera de ti, como si empezaras amargamente a descender desde una altura
considerable y lo que menos te importase fuera dónde vas a caer. A veces
resulta tan punzante que se te queda un poso de por vida para avisarte de vez
en cuando, por si te ocurre dejarte amar otra vez, que alguna vez sufriste.
Siempre he pensado que cuando el desamor conduce a una tristeza indisoluble,
que ni el tiempo, que tiene esa capacidad secreta de minimizar los sentimientos
es capaz de atenuar, es que la espina dorsal que sostiene
nuestra estructura sentimental ha quedado dañada.
Curiosamente los desengaños
amorosos de mis amigos han coincidido con que en estos días leo ‘La loca de la
casa’ de Rosa Montero. Es un libro que trata sobre el arte de
escribir, de la pasión por la literatura, pero también habla de amor. Rosa Montero afirma que lo que bulle en la
cabeza de un escritor cuando se apodera de él una historia que contar y lo que
hay en el corazón de un enamorado es prácticamente la misma locura. Es casi la
única locura que se permite exteriorizar el hombre, viene a decir la autora.
“El amor es el mayor invento de nuestras existencias inventadas” señala ella.
El caso es que cuando nos toca vivir esa locura no pensamos en su futilidad. Ni
siquiera que podamos haber inventado todo nuestro dolor, tan palpable y tan
presente, por otro lado. De hecho, resulta tan arraigado, tan cierto, que parece que nunca te
va a abandonar ese sentimiento de vaciedad.
Con todo, estoy convencida de que
la vida nos ha dotado de los resortes necesarios para redirigirnos. Para
comenzar de nuevo. Sin olvidar, ya lo he dicho. Pero sí para trazar los nuevos
puentes de nuestra existencia, inventada o no. Diría más. No estoy convencida. Lo sé.
Yo también lo sé. Y además lo he vivido suficientes veces como para volver a arriesgarme una y otra vez.
ResponderEliminarQue te hagan caso tus amigos, que de desamor uno no se muere, si acaso crece.
Con permiso, me quedo un rato.