jueves, 23 de febrero de 2012

Katmandú

Cada vez que voy al cine a ver una película y después leo la crítica de Carlos Boyero, me entran ganas de echarme a llorar. Le tengo envidia, creo. Porque me transmite que es muy complicado hacer una película de calidad hoy. Él ha visto tantas ya que, a estas alturas de su madurez crítica, nada debe sorprenderle, supongo. Por eso me gusta dejar su opinión para el final. Para no sentirme contaminada. Es lo que me ha pasado con la última película Katmandú de Icíar Bollain, que relata la vida de una cooperante que se empeña en transformar, por amor a la vida, se entiende, la pobreza de Nepal, contra todo tipo de adversidades. Una labor tan complicada y tan llena de sinsabores como pretender bajarse la luna para contemplarla de cerca. Entiendo a Boyero en su crítica, en las buenas intenciones, pero más allá de la ficha técnica y de rigurosidades, a mí me gustó. Me gustó su trasfondo: Porque pienso que es de esas películas que te abren el corazón. Me gustó la sensibilidad de su directora. Que la historia tenga una conexión con la realidad. Que ciertamente una chica de Barcelona tratara de cambiar las cosas en esa parte del mundo. Y me gustó porque me recuerda que hay muchos cooperantes que dan, allí donde quiera que estén, lo que muchos no somos capaces de hacer cuando lo tenemos todo.



viernes, 17 de febrero de 2012

Pequeña historia

Hoy he hecho un examen de Historia Contemporánea. Es curioso porque he sentido,después de la prueba, retrotraerme a los años de la facultad, cuando estudiaba Periodismo en Madrid. Siempre he tenido la sensación de vomitar en un examen conocimientos prestados. Que he trasladado a mi cabeza procedente de los libros, a toda prisa. Y me veo, de repente, con las perchas colgadas en el armario de mi memoria, donde hace escasas semanas existían lagunas extensas. Y se me antoja que esas perchas no son mías, sino que alguien machaconamente ha venido a colgarlas en mi cerebro.
 Pero he echado en falta un poco más de reflexión. Lamento no haber podido pararme a pensar y a repensar la Revolución Francesa sin temor a que las horas se esfumaran y me descubrieran desamparada sin haberme aprendido aún la Unificación Italiana o Alemana. En fin, repitiendo, trece años después, los mismos errores. Lo digo porque pensar y repensar la historia ayuda a hallar fabulosos encuentros con la historia presente. Porque el papel que Prusia jugó en la Unificación Alemana recuerda, dicen, con distancias de océanos, al empecinamiento de las grandes potencias de nuestra Europa. Y por el lado romántico. No he leído enunciado más hermoso en una constitución, como en la Jabonina de 1793 en la época de la Revolución Francesa, que aquel que dice que "el fin de la sociedad es la felicidad". 'La felicidad', ese concepto tan actual hoy en nuestras vidas. Hoy morimos buscando la propia felicidad. Me atrevería a afirmar que el sino de nuestros días es la fatalidad de la felicidad. En la Declaración de Independencia de EEUU se afirma: "Todos los hombres son creados iguales, son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Para asegurar esos derechos se instituyen los gobiernos entre los hombres, y derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados, (...)" ¿Por qué me parece que estos derechos están tan vivos hoy? Puede que las fechas, los lugares exactos, los procesos del devenir histórico se esfumen mañana y entonces parecerá como si nunca los hubiese estudiado. Pero estos pequeños detalles no desaparecerán nunca. Ahora que las nuevas tecnologías nos acercan de forma inmediata a cualquier rincón del mundo: La isla de Elba, donde fue exiliado Napoleón en 1814, es un precioso lugar de origen volcánico. Sólo hay que echar un vistazo en google.     

miércoles, 15 de febrero de 2012

Flash

Aquella mañana me preparé para tener una maravillosa experiencia. "Allí, delante de aquella musa, de aquella deliciosa diosa, permanecí eclipsado. Durante unos segundos fui incapaz de mirar más objetivo que las penetrantes pupilas de sus ojos de almendra. Aquella mujer desprendía una melancolía exquisita, como un paisaje velado y envuelto en seda, que te dejaba petrificado. Mi vida no corría peligro. Lo que tenía ante mí era una preciosa sirena. No estaba, como Robert Capa o Larry Burrows, mis admirados fotógrafos, frente al abismo. En una cruel y despiadada guerra. Pero temía morir. Llegué a presentir que algo dentro de mí me abandonaba para quedarse en la fría plaza del Guggenheim aquella mañana en la que todo el cielo de Bilbao parecía romper a llorar. Estaba desarmado. Fue entonces cuando los ojos de aquella modelo me dispararon".

martes, 14 de febrero de 2012

Talismán

Su fuerza estaba en el cabello. Lo tenía de un color indefinido, entre ocre y almendra. Al tacto era enérgico, voluminoso, como el de las crines de un caballo. Y largo, hasta los hombros. Con el reflejo de la luz, brotaban infinidad de tonalidades, de colores nuevos, cuyos nombres habría que volver, si acaso, a inventar.  Sería como soñar una mezcla entre plateado, malva y violeta. Solía llevarlo suelto, enmarcándole el rostro, como los caballeros de la mesa redonda, con un poderoso aire de leyenda. Colgada del cuello pendía una pequeña cola de ballena que le servía de talismán. La compraría en cualquier bazar, pero a mí personalmente me gustaba pensar que era fruto de algún acontecimiento maravilloso de quien que es en sí mismo un aventurero. Un trotamundos. Un rastreador de sueños.